La persistencia del amor romántico, o cómo seguir señalando con el dedo

Por María Florencia Valletta

El diario La Nación no deja de mantener un discurso reaccionario cuando se refiere a las mujeres y sus vidas. Su punto culmine fue por lejos el despreciable editorial “Niñas madres con mayúscula”, justamente rechazado por casi todos los sectores y que generó una tibia respuesta por parte del diario de la oligarquía, donde despegó a sus periodistas del mismo (elles mismes se habían encargado de hacerlo por todos los medios posibles el día de la publicación) y, cual violento que carga toda la culpa en la víctima, sostuvo que “LA NACIÓN lamenta que se haya interpretado el texto como un mensaje de alguna forma tolerante hacia los abusos de menores, algo que, como el mismo editorial señalaba, es a todas luces repudiables”. El problema no es aplaudir que nenas violadas sean madres, sino que no sabemos leer. Gracias por subestimarnos una vez más, La Nación.

Evidentemente la empresa no divisa la inexistencia del “instinto maternal”, el hecho de que una nena embarazada es una nena violada y básicamente que, en pleno siglo XXI, un discurso reaccionario que cita dos casos incomprobables de nenas que desean maternar aún frente a sus “madres abortistas” (el sic más grande de la historia). Para la cosmovisión anti derechos de La Nación, nenas que ni siquiera deciden plenamente tener relaciones sexuales (al parecer hace falta recordar que legalmente no existe el consentimiento a esa edad, SIEMPRE constituye violación) y que no pueden ni siquiera votar, aparentemente pueden tomar decisiones que atan por largos años de sus vidas, y lo hacen plenamente. Evidentemente para La Nación solo algunas personas pueden tomar decisiones plenas, y son quienes coinciden con su criterio. También ocurre que ningún señor (uso el término en masculino porque aunque existen mujeres y hasta disidencias reaccionarias, es típico de varones cis heterosexuales) tendrá que hacerse cargo de niñes hijes de niñas. Esas “madres aborteras” que señalan en el editorial son quienes maternan a sus nietes de sus hijas. Como la maternidad es un destino (y dado el marco legal actual, a veces una condena), además de una obligación, para La Nación se le hace natural decir sin ninguna clase de empacho que está todo bien con que una nena, que ni siquiera tiene el cuerpo preparado, dé a luz. El problema siempre es de otra, esa que tiene que hacerse cargo de quienes vienen al mundo porque sí, porque tocó. Porque para La Nación importan los fetos y neonatos, después a otra cosa mariposa.

En ese marco de sacralización de la maternidad y por ende la asignación del rol materno obligatorio conforma uno de los tantos discursos respecto del rol femenino en la sociedad. Casi podría decirse que socialmente el enfoque cuando se habla del amor de las mujeres está en la falta. Si no tenés hijos no sos feliz, no podés volcar todo ese “instinto materno”. La otra falta, la que nos convoca hoy, es la de una pareja.

Evidentemente la maternidad socialmente es vista como “realización femenina”, pero por lo visto hasta ahí, porque aún siendo madres, se siguen enfocando en las otras ausencias. En ese marco La Nación se dedicó a ejemplificar una “falta” en la nota “Andrea del Boca: una vida marcada por relaciones conflictivas, sin los finales felices de sus novelas”. La falta de un “gran amor”.

La nota en cuestión tiene todos los estereotipos del amor romántico, a saber:

  • La relación de pareja que dura en el tiempo como final feliz. De hecho en la nota se habla de esta forma de cerrar las historias de la novela romántica, la misma finaliza con todos felices comiendo perdices. Los enamorados resuelven los escollos y al fin están juntos, ellos dos solos (poliamor quién te conoce), normalmente casados y si estaban separados se vuelven a juntar y renuevan los votos. Justamente La Nación parece olvidar que en las novelas vemos el final que se supone es feliz porque se casan, o conviven, o tienen hijos, o lo que sea, es solo el comienzo de otra historia, con final incierto. Las parejas fallan, el amor no es suficiente (nunca lo es, con el amor solo no hacemos nada. Además, ¿qué es el amor? ¿Una declaración? ¿Acciones? ¿Cuáles? Es un tema para dedicarle una nota entera), la convivencia a veces mata las relaciones, entre miles de factores posibles. ¿Es acaso el amor más fuerte? ¿el amor a qué, a quién? ¿amor romántico o amor libre? De este modo, mediante una reproducción del estereotipo del amor que funciona como aquel que se prolonga en el tiempo, los viejitos de la mano aunque quizás él siempre la sometió a ella, psicológica o físicamente, o ambas, o no, simplemente no se separaron porque qué van a decir los demás, que los chicos, que no quiero dividir los bienes… La Nación cuestiona a Andrea del Boca. El eje está puesto en que alguien que retrató ese amor romántico en la ficción no lo puede trasladar a su propia vida. ¿Debería acaso? En el corset del amor romántico si, todas deberían, sino hay una ausencia, una falta, un dolor.
  • Hay indicades, pero hay que saber buscarles. La nota termina siendo una especie de perfil psicológico de Andrea, donde sin empacho la tratan de sometida de sus padres, un tanto edípica y sobre todo como una mujer que no sabe elegir hombres. Como si todo fuese una cuestión individual de ser sabia o no. Si te va mal es tu culpa, no supiste “elegir” (como quien compra un papel higiénico que raspa, en vez de uno suave y de calidad), como si todo lo que te pasara luego estuviera justificado en que VOS, MUJER, NO SABÉS ELEGIR. Así, La Nación nos cuenta qué novios le conoce a Andrea y de paso la juzga: que este estaba en pareja cuando la conoció, que el otro era viejo, que este me parece que solo fue el chongo. El foco es ella, ellos son lo que son, pero ella, ay Andrea, ¿no viniste con la bola mágica para saber quiénes son y cómo resultan? Estos discursos resultan justificadores de prácticamente todo: si una mujer es violentada es porque eligió mal, no porque exista una sociedad misógina y patriarcal que entrena a los varones cis desde chiquitos en la violencia, que inculca jerarquías, que sitúa el goce y las dinámicas para relacionarse en el sometimiento, no. Es que vos, Fulana, elegís mal. Y así con todo.
  • El amor de pareja como amor verdadero. Aun con toda la parafernalia del “instinto maternal” que se potenció con la discusión sobre la legalización del aborto, La Nación no puede evitar situar al amor de pareja como el único amor posible. Así lo deja ver en esta frase: “Por estas horas, Andrea se dedica a disfrutar de su rol de madre compinche. ¿Y el amor?” ¿no hay acaso amor en la maternidad, en la amistad, en el chongueo incluso? No, solo hay amor en la pareja constituida y de a dos.
  • La separación como fracaso. Dice La Nación: “¿Por qué la chica que toda su vida se dedicó a radiografiar las honduras insondables de las pasiones ha fracasado rotundamente cuando se atrevió a ser la protagonista de su propia historia?”. Hay algo crucial en el discurso amoroso, o te va bien o sos une fracasade (en especial si sos mujer), como si no hubiera algo entre medio. ¿Acaso el amor significativo es el que dura en los papeles o el que nos hace sentir todo en un segundo? Una relación que llega a su fin, ¿es un fracaso en sí? ¿No sacamos nada de allí? Para el amor romántico no, es una falla y no cualquier falla, una personal, una que nos define como personas, que nos otorga o nos resta valor.

Y en la cumbre del amor romántico y cishetero, La Nación nos regala este párrafo: “Acá, a diferencia de sus heroínas de la pantalla, Andrea aún no pudo resolver la última escena. La de la felicidad. La del amor correspondido. En casa de herrero, cuchillo de palo. La sentencia popular bien vale para la diva de los culebrones que no supo concretar en su vida un amor como el que enarbolaron muchas de sus heroínas. Andrea todavía no conoció al autor que le escriba ese capítulo final que la haga feliz. Sueña con ese hombre que le de sosiego a su vida. Una vida en clave de clan, con pocas libertades y amores difusos”

Está todo dicho, el amor de pareja es el único importante y necesitamos que un varón nos escriba el capítulo final, que nos dé sosiego. Porque de hecho, el que su ex (padre de su hija) violente a la nena no le brinda mucho sosiego. Pero el foco es que tiene que venir otro que cure todo eso, no el cese de la violencia, su desarticulación. Mejor el parche, pero sin dejar de cuestionarla a Andrea, porque tiene que elegir muy bien ese parche, eh. No pensemos que es víctima de algo, sino que es la causa de todos sus males. Y así nos come el amor romántico.

Ver nota aquí

Deja un comentario